miércoles, 19 de octubre de 2011

Razones para estimular la lectura

“La literatura, en cambio, a diferencia de la ciencia y la técnica , es, ha sido y seguirá siendo, mientras exista, uno de esos denominadores comunes de la experiencia humana, gracias al cual los seres vivientes se reconocen y dialogan, no importa cuán distintas sean sus ocupaciones y designios vitales, las geografías y las circunstancias en que se hallen, e, incluso, los tiempos históricos que determinan su horizonte. (…) Leer buena literatura es divertirse, sí; pero también aprender, de esa manera directa e intensa que es la de la experiencia vivida a través de las ficciones, qué y cómo somos, en nuestra integridad humana, con nuestros actos y sueños y fantasmas, a solas y en el entramado de relaciones que nos vinculan a los otros, en nuestra presencia pública y en el secreto de nuestra conciencia, esa complejísima suma de verdades contradictorias – como las llamaba Isaiah Berlin- de que está hecha la condición humana.

Ese conocimiento totalizador y en vivo del ser humano, hoy, sólo se encuentra en la novela. Ni siquiera las otras ramas de las humanidades –como la filosofía, la psicología, la sociología, la historia o las artes- han podido preservar esa visión integradora y un discurso asequible al profano, pues, bajo la irresistible presión de la cancerosa división y subdivisión del conocimiento, han sucumbido también al mandato de la especialización, a aislarse en parcelas cada vez más segmentadas y técnicas, cuyas ideas y lenguajes están fuera del alcance de la mujer y el hombre del común. No es ni puede ser el caso de la literatura, aunque algunos críticos y teorizadores se empeñen en convertirla en una ciencia, porque la ficción no existe para investigar en un área determinada de la experiencia, sino para enriquecer imaginariamente la vida, la de todos, aquella vida que no puede ser desmembrada, desarticulada, reducida a esquemas o fórmulas, sin desaparecer.

Por eso Marcel Proust afirmó: la verdadera vida, la vida por fin esclarecida y descubierta, la única vida por lo tanto plenamente vivida es la literatura…la literatura nos retrotrae al pasado y nos hermana con quienes, en épocas idas, fraguaron, gozaron y soñaron con esos textos que nos legaron y que, ahora, nos hacen gozar y soñar también a nosotros. Ese sentimiento de pertenencia a la colectividad humana a través del tiempo y el espacio es el más alto logro de la cultura y nada contribuye tanto a renovarlo en cada generación como la literatura.(…) Uno de los primeros efectos benéficos ocurre en el plano del lenguaje. Una comunidad sin literatura escrita se expresa con menos precisión, riqueza de matices y claridad que otra cuyo principal instrumento de comunicación, la palabra, ha sido cultivado y perfeccionado gracias a los textos literarios…una persona que no lee, o lee poco, o lee sólo basura, puede hablar mucho pero dirá siempre pocas cosas, porque dispone de un repertorio mínimo y deficiente de vocablos para expresarse.

No es una limitación sólo verbal; es, al mismo tiempo, una limitación intelectual y de horizonte imaginario, una indigencia de pensamientos y de conocimientos, porque las ideas, los conceptos, mediante los cuales nos apropiamos de la realidad existente y de los secretos de nuestra condición, no existen disociados de las palabras a través de las cuales los reconoce y define la conciencia. Se aprende a hablar con corrección, profundidad y sutileza gracias a la buena literatura, y sólo gracias a ella. Ninguna otra disciplina, ni tampoco rama alguna de las artes, puede sustituir a la literatura en la formación del lenguaje con que se comunican las personas.

Los conocimientos que nos transmiten los manuales científicos y los tratados técnicos son fundamentales; pero ellos no nos enseñan a dominar las palabras y expresarnos con propiedad: al contrario, a menudo están muy mal escritos y delatan confusión lingüística, porque sus autores, a veces indiscutibles eminencias en su profesión, son literariamente incultos y no saben servirse del lenguaje para comunicar los tesoros conceptuales de que son poseedores. Hablar bien, disponer de un habla rica y diversa, encontrar la expresión adecuada para cada idea o emoción que se quiere comunicar, significa estar mejor preparado para pensar, enseñar, aprender, dialogar y, también para fantasear, soñar, sentir y emocionarse”
Mario Vargas Llosa

viernes, 15 de mayo de 2009

LA ANOMIA EN COLOMBIA


Colombia es un país tercermundista donde las reglas siempre han sido poco respetadas, y a raíz de las películas colombianas podemos apreciar un poco la realidad de nuestro país.
Una de las películas Colombianas que más ha marcado mi pensamiento es “La gente de la universal”, donde nos muestra una falta de aprecio por los principios y normas, no sólo las jurídicas, sino también las morales y sociales; los problemas de nuestro país se producen por dos factores generales, que a su vez desencadenan el resto de factores. Estos son, la falta de unidad del pueblo, y la falta de legitimidad del Estado, lo cual genera las falencias de educación, la desigualdad social, la falta de conocimiento de las normas de nuestro sistema jurídico, etcétera.
De esta manera vemos la degradación social, los trabajos que hace la gente para sobrevivir, aún a costa de su vida, y es peor si analizamos el contexto en el que se filmó la película, una Colombia llena de mafia, droga, y violencia, no es ni peor ni mejor de como estamos en estos momentos, donde el pueblo pasa por encima del poder del Estado para proteger lo que ellos piensan que por derecho les pertenece, y no sólo por encima de la cabeza que hemos escogido para que nos dirija, sino que también pasan por encima de los que más quieren para hacer ver que también tienen “dignidad”.
Dentro del argumento de la película vemos la falta de principios en el irrespeto de la esposa del tío, por parte del sobrino, las intenciones del mafioso español al querer matar al amante de su amante, la corrupción en las cárceles de Colombia y tantas otras escenas que muestran los errores en el sistema jurídico colombiano; el mafioso “se sale con la suya”, y sólo sobreviven los que tienen suerte. Colombia es un país de suertudos.

jueves, 14 de mayo de 2009

¿SOMOS EJEMPLO PARA NUESTROS HIJOS?

Son pocas las veces que nos damos cuenta cuan importante es vivir de aquellos recuerdos que de una u otra forma, agradables o no, le dan sentido a nuestra vida. Desde los primeros años de nuestra infancia comenzamos a escuchar todas las expresiones de nuestros padres, familiares, amigos y profesores y desde estos espacios sociales quedan discursos instituidos en nuestras actitudes y proceder diario. Pero más allá del discurso es fundamental la práctica de estos.


"Somos responsables de nuestros actos". Es una consigna muy común que escuché desde muy pequeña. La responsabilidad es un valor que se adquiere por la vivencia de aquellas situaciones o acontecimientos que comprometen y exigen un resultado satisfactorio, sin importar las dificultades que se puedan presentar. De esto estoy más que segura. Pero, ¿qué tan responsables somos hoy? ¿qué tanto le enseñan los padres a sus hijos a ser responsables? ¿qué tanta responsabilidad delegan los padres a sus hijos? o acaso ¿son ejemplo de responsabilidad?
La responsabilidad no la puedo adquirir sólo porque mis padres me repiten a diario que es uno de los valores más importantes, pero no me brindan la oportunidad de esforzarme para poder serlo, para poder lograr lo que me propongo, sino por el contrario, todo lo que se me antoja lo obtengo fácilmente. O en otro caso, no me dan muestra de lo que realmente significa ser responsables. Claro está, es de nuestros padres de quien recibimos el amor, el afecto y el apoyo que nos ayuda a salir adelante, pero no podemos llegar a los extremos, el facilismo destruye e inutiliza y la falta de ejemplo nos lleva a derrumbar fácilmente lo que construimos con gran esfuerzo.
Dificílmente puedo olvidar las palabras de mi profesor de filosofía al entrar al aula de clases "Día de éxitos muchachos y recuerden, dar ejemplo no es suficiente, se hace necesario ser ejemplo". Hoy más que nunca le encuentro sentido a su consigna. Los padres educan ante todo, con la totalidad misma de su vida, por tanto tienen que perfeccionarse. Ellos se convierten en maestros para sus hijos. ¿Con qué autoridad moral puede un padre llamarle la atencion a su hijo porque llega embriagado a casa, si él lo hace con frecuencia? Puede un profesor exigir puntualidad a sus estudiantes si él llega siempre con varios minutos de retraso? ¿Dónde está el ejemplo?

Desafortunadamente esa es la realidad que nos caracteriza, y si nuestros hábitos y actitudes se reflejan en nuestros hijos, ¿por qué no actuar con responsabilidad y honestidad?, ¿por qué no crear un ambiente agradable y amoroso?, ¿por qué no dedicar más tiempo para el diálogo?. Si somos ejemplo ayudaremos a establecer en ellos normas de conducta que contribuirán al desarrollo de su personalidad.